viernes, 9 de mayo de 2008

Queen

Weno...djmoz a un lado por un momento a la literatura...aca les va unos videitos de uno de los mejores grupos de rock de todaaaaa la historia...:) xD! QUEEN :)...como vocalista Freddy Mercury, guitarra Brian May, Bajista John Deacon y bateria Roger Taylor:

Bohemian Rhapsody


We Will Rock You


We Are The Champions

lunes, 5 de mayo de 2008

Sor Juana Inés De La Cruz

Sor Juana Inés De La Cruz es una de las más importantes escritoras de la epoca colonial. Nacida en un pueblito de México(1651 ó 1648), es conocida como La Fénix de America o La décima Musa, es una de mis poetas preferidas...:), aunq antes no me empilaba mucho, tras leer sus poemas, me di cuenta el xk de su fama...ahi les va unos cuantos xD!:

Detente, sombra de mi bien esquivo...

  Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero,
si has de burlarme luego fugitivo?

Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa en mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho,

que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.


Feliciano me adora y le aborrezco

  Feliciano me adora y le aborrezco;
Lisardo me aborrece y yo le adoro;
por quien no me apetece ingrato, lloro,
y al que me llora tierno, no apetezco.

A quien más me desdora, el alma ofrezco;
a quien me ofrece víctimas, desdoro;
desprecio al que enriquece mi decoro,
y al que le hace desprecios, enriquezco.

Si con mi ofensa al uno reconvengo,
me reconviene el otro a mí, ofendido;
y a padecer de todos modos vengo,

pues ambos atormentan mi sentido:
aquéste, con pedir lo que no tengo;
y aquél, con no tener lo que le pido.

Finjamos que soy feliz

Finjamos que soy feliz,
triste Pensamiento, un rato;
quizá prodréis persuadirme,
aunque yo sé lo contrario:
que pues sólo en la aprehensión
dicen que estriban los daños,
si os imagináis dichoso
no seréis tan desdichado.
Sírvame el entendimiento
alguna vez de descanso,
y no siempre esté el ingenio
con el provecho encontrado.
Todo el mundo es opiniones
de pareceres tan varios,
que lo que el uno que es negro,
el otro prueba que es blanco.
A unos sirve de atractivo
lo que otro concibe enfado;
y lo que éste por alivio,
aquél tiene por trabajo.
El que está triste, censura
al alegre de liviano;
y el que está alegre, se burla
de ver al triste penando.
Los dos Filósofos Griegos
bien esta verdad probaron:
pues lo que en el uno risa,
causaba en el otro llanto.
Célebre su oposición
ha sido por siglos tantos,
sin que cuál acertó, esté
hasta agora averiguado;
antes, en sus dos banderas
el mundo todo alistado,
conforme el humor le dicta,
sigue cada cual el bando.
Uno dice que de risa
sólo es digno el mundo vario;
y otro, que sus infortunios
son sólo para llorados.
Para todo se halla prueba
y razón en qué fundarlo;
y no hay razón para nada,
de haber razón para tanto.
Todos son iguales jueces;
y siendo iguales y varios,
no hay quien pueda decidir
cuál es lo más acertado.
Pues, si no hay quien lo sentencie,
¿por qué pensáis, vos, errado,
que os cometió Dios a vos
la decisión de los casos?
¿O por qué, contra vos mismo,
severamente inhumano,
entre lo amargo y lo dulce,
queréis elegir lo amargo?
Si es mío mi entendimiento,
¿por qué siempre he de encontrarlo
tan torpe para el alivio,
tan agudo para el daño?
El discurso es un acero
que sirve para ambos cabos:
de dar muerte, por la punta;
por el pomo, de resguardo.
Si vos, sabiendo el peligro,
queréis por la punta usarlo,
¿qué culpa tiene el acero
del mal uso de la mano?
No es saber, saber hacer
discursos sutiles, vanos;
que el saber consiste sólo
en elegir lo más sano.
Especular las desdichas
y examinar los presagios,
sólo sirve de que el mal
crezca con anticiparlo.
En los trabajos futuros,
la atención, sutilizando,
más formidable que el riesgo
suele fingir el amago.
¡Qué feliz es la ignorancia
del que, indoctamente sabio,
halla de lo que padece,
en lo que ignora, sagrado!
No siempre suben seguros
vuelos del ingenio osados,
que buscan trono en el fuego
y hallan sepulcro en el llanto.
También es vicio el saber:
que si no se va atajando,
cuando menos se conoce
es más nocivo el estrago;
y si el vuelo no le abaten,
en sutilezas cebado,
por cuidar de lo curioso
olvida lo necesario.
Si culta mano no impide
crecer al árbol copado,
quita la sustancia al fruto
la locura de los ramos.
Si andar a nave ligera
no estorba lastre pesado,
sirve el vuelo de que sea
el precipicio más alto.
En amenidad inútil,
¿qué importa al florido campo,
si no halla fruto el Otoño,
que ostente flores el Mayo?
¿De qué sirve al ingenio
el producir muchos partos,
si a la multitud se sigue
el malogro de abortarlos?
Y a esta desdicha por fuerza
ha de seguirse el fracaso
de quedar el que produce,
si no muerto, lastimado.
El ingenio es como el fuego,
que, con la materia ingrato,
tanto la consume más
cuando él se ostenta más claro.
Es de su propio Señor
tan rebelado vasallo,
que convierte en sus ofensas
las armas de su resguardo.
Este pésimo ejercicio,
este duro afán pesado,
a los hijos de los hombres
dio Dios para ejercitarlos.
¿Qué loca ambición nos lleva
de nosotros olvidados?
Si es para vivir tan poco,
¿de qué sirve saber tanto?
¡Oh, si como hay de saber,
hubiera algún seminario
o escuela donde a ignorar
se enseñaran los trabajos!
¡Qué felizmente viviera
el que, flojamente cauto,
burlara las amenazas
del influjo de los astros!
Aprendamos a ignorar,
pensamiento, pues hallamos
que cuanto añado al discurso,
tanto le usurpo a los años.

domingo, 4 de mayo de 2008

"El Decamerón" Giovanni Boccaccio


Giovanni Boccaccio(1313-1375) es una de los grandes expositores de la literatura italiana.

Su obra principal es el Decamerón, libro de cuentos, ambientado durante la peste negra en Europa. Diez jóvenes(3 hombres y 7 mujeres) se refugian en una villa alejada, donde, para olvidar los horroresde la peste, deciden relatarse cuentos. Permanecen en la villa durante catorce días, pero los viernes y los sábados no relatan cuentos, por lo que sólo se cuentan historias durante diez días (de ahí el título de la obra). Cada día uno de los jóvenes actúa como «rey» y decide el tema sobre el que versarán los cuentos (excepto los días primero y noveno, en los que los cuentos son de tema libre). En total, se cuentan 100 relatos, de desigual extensión.

Las fuentes de Boccaccio son variadas: van desde los clásicos grecolatinos hasta los fabliaux franceses medievales.

Esta es la Novela Primera:

NOVELA PRIMERA

El señor Cepparello engaña a un santo fraile con una falsa confesión y muere después, y habiendo sido un hombre malvado en vida, es, muerto, reputado por santo y llamado San Ciapelletto.

Conviene, carísimas señoras, que a todo lo que el hombre hace le dé principio con el nombre de Aquél que fue de todos hacedor; por lo que, debiendo yo el primero dar comienzo a nuestro novelar, entiendo comenzar con uno de sus maravillosos hechos para que, oyéndolo, nuestra esperanza en él como en cosa inmutable se afirme, y siempre sea por nosotros alabado su nombre. Manifiesta cosa es que, como las cosas temporales son todas transitorias y mortales, están en sí y por fuera de sí llenas de dolor, de angustia y de fatiga, y sujetas a infinitos peligros; a los cuales no podremos nosotros sin algún error, los que vivimos mezclados con ellas y somos parte de ellas, resistir ni hacerles frente, si la especial gracia de Dios no nos presta fuerza y prudencia. La cual, a nosotros y en nosotros no es de creer que descienda por mérito alguno nuestro, sino por su propia benignidad movida y por las plegarias impetradas de aquellos que, como lo somos nosotros, fueron mortales y, habiendo seguido bien sus gustos mientras tuvieron vida, ahora se han transformado con él en eternos y bienaventurados; a los cuales nosotros mismos, como a procuradores informados por experiencia de nuestra fragilidad, y tal vez no atreviéndonos a mostrar nuestras plegarias ante la vista de tan grande juez, les rogamos por las cosas que juzgamos oportunas. Y aún más en Él, lleno de piadosa liberalidad hacia nosotros, señalemos que, no pudiendo la agudeza de los ojos mortales traspasar en modo alguno el secreto de la divina mente, a veces sucede que, engañados por la opinión, hacemos procuradores ante su majestad a gentes que han sido arrojadas por Ella al eterno exilio; y no por ello Aquél a quien ninguna cosa es oculta (mirando más a la pureza del orante que a su ignorancia o al exilio de aquél a quien le ruega) como si fuese bienaventurado ante sus ojos, deja de escuchar a quienes le ruegan. Lo que podrá aparecer manifiestamente en la novela que entiendo contar: manifiestamente, digo, no el juicio de Dios sino el seguido por los hombres. Se dice, pues, que habiéndose Musciatto Franzesi convertido, de riquísimo y gran mercader en Francia, en caballero, y debiendo venir a Toscana con micer Carlos Sin Tierra, hermano del rey de Francia, que fue llamado y solicitado por el papa Bonifacio, dándose cuenta de que sus negocios estaban, como muchas veces lo están los de los mercaderes, muy intrincados acá y allá, y que no se podían de ligero ni súbitamente desintrincar, pensó encomendarlos a varias personas, y para todos encontró cómo; fuera de que le quedó la duda de a quién dejar pudiese capaz de rescatar los créditos hechos a varios borgoñones. Y la razón de la duda era saber que los borgoñones son litigiosos y de mala condición y desleales, y a él no le venía a la cabeza quién pudiese haber tan malvado en quien pudiera tener alguna confianza para que pudiese oponerse a su perversidad. Y después de haber estado pensando largamente en este asunto, le vino a la memoria un seor Cepparello de Prato que muchas veces se hospedaba en su casa de París, que porque era pequeño de persona y muy acicalado, no sabiendo los franceses qué quería decir Cepparello, y creyendo que vendría a decir capelo, es decir, guirnalda, como en su romance, porque era pequeño como decimos, no Chapelo, sino Ciappelletto le llamaban: y por Ciappelletto era conocido en todas partes, donde pocos como Cepparello le conocían. Era este Ciappelletto de esta vida: siendo notario, sentía grandísima vergüenza si alguno de sus instrumentos (aunque fuesen pocos) no fuera falso; de los cuales hubiera hecho tantos como le hubiesen pedido gratuitamente, y con mejor gana que alguno de otra clase muy bien pagado. Declaraba en falso con sumo gusto, tanto si se le pedía como si no; y dándose en aquellos tiempos en Francia grandísima fe a los juramentos, no preocupándose por hacerlos falsos, vencía malvadamente en tantas causas cuantas le pidiesen que jurara decir verdad por su fe. Tenía otra clase de placeres (y mucho se empeñaba en ello) en suscitar entre amigos y parientes y cualesquiera otras personas, males y enemistades y escándalos, de los cuales cuantos mayores males veía seguirse, tanta mayor alegría sentía. Si se le invitaba a algún homicidio o a cualquier otro acto criminal, sin negarse nunca, de buena gana iba y muchas veces se encontró gustosamente hiriendo y matando hombres con las propias manos. Gran blasfemador era contra Dios y los santos, y por cualquier cosa pequeña, como que era iracundo más que ningún otro. A la iglesia no iba jamás, y a todos sus sacramentos como a cosa vil escarnecía con abominables palabras; y por el contrario las tabernas y los otros lugares deshonestos visitaba de buena gana y los frecuentaba. A las mujeres era tan aficionado como lo son los perros al bastón, con su contrario más que ningún otro hombre flaco se deleitaba. Habría hurtado y robado con la misma conciencia con que oraría un santo varón. Golosísimo y gran bebedor hasta a veces sentir repugnantes náuseas; era solemne jugador con dados trucados.

Mas ¿por qué me alargo en tantas palabras? Era el peor hombre, tal vez, que nunca hubiese nacido. Y su maldad largo tiempo la sostuvo el poder y la autoridad de micer Musciatto, por quien muchas veces no sólo de las personas privadas a quienes con frecuencia injuriaba sino también de la justicia, a la que siempre lo hacía, fue protegido.

Venido, pues, este seor Cepparello a la memoria de micer Musciatto, que conocía óptimamente su vida, pensó el dicho micer Musciatto que éste era el que necesitaba la maldad de los borgoñones; por lo que, llamándole, le dijo así:

-Seor Ciappelletto, como sabes, estoy por retirarme del todo de aquí y, teniendo entre otros que entenderme con los borgoñones, hombres llenos de engaño, no sé quién pueda dejar más apropiado que tú para rescatar de ellos mis bienes; y por ello, como tú al presente nada estás haciendo, si quieres ocuparte de esto entiendo conseguirte el favor de la corte y darte aquella parte de lo que rescates que sea conveniente.

Seor Cepparello, que se veía desocupado y mal provisto de bienes mundanos y veía que se iba quien su sostén y auxilio había sido durante mucho tiempo, sin ningún titubeo y como empujado por la necesidad se decidió sin dilación alguna, como obligado por la necesidad y dijo que quería hacerlo de buena gana. Por lo que, puestos de acuerdo, recibidos por seor Ciappelletto los poderes y las cartas credenciales del rey, partido micer Musciatto, se fue a Borgoña donde casi nadie le conocía: y allí de modo extraño a su naturaleza, benigna y mansamente empezó a rescatar y hacer aquello a lo que había ido, como si reservase la ira para el final. Y haciéndolo así, hospedándose en la casa de dos hermanos florentinos que prestaban con usura y por amor de micer Musciatto le honraban mucho, sucedió que enfermó, con lo que los dos hermanos hicieron prestamente venir médicos y criados para que le sirviesen en cualquier cosa necesaria para recuperar la salud.

Pero toda ayuda era vana porque el buen hombre, que era ya viejo y había vivido desordenadamente, según decían los médicos iba de día en día de mal en peor como quien tiene un mal de muerte; de lo que los dos hermanos mucho se dolían y un día, muy cerca de la alcoba en que seor Ciappelletto yacía enfermo, comenzaron a razonar entre ellos.

-¿Qué haremos de éste? -decía el uno al otro-. Estamos por su causa en una situación pésima porque echarlo fuera de nuestra casa tan enfermo nos traería gran tacha y sería signo manifiesto de poco juicio al ver la gente que primero lo habíamos recibido y después hecho servir y medicar tan solícitamente para ahora, sin que haya podido hacer nada que pudiera ofendernos, echarlo fuera de nuestra casa tan súbitamente, y enfermo de muerte. Por otra parte, ha sido un hombre tan malvado que no querrá confesarse ni recibir ningún sacramento de la Iglesia y, muriendo sin confesión, ninguna iglesia querrá recibir su cuerpo y será arrojado a los fosos como un perro. Y si por el contrario se confiesa, sus pecados son tantos y tan horribles que no los habrá semejantes y ningún fraile o cura querrá ni podrá absolverle; por lo que, no absuelto, será también arrojado a los fosos como un perro. Y si esto sucede, el pueblo de esta tierra, tanto por nuestro oficio (que les parece inicuo y al que todo el tiempo pasan maldiciendo) como por el deseo que tiene de robarnos, viéndolo, se amotinará y gritará: «Estos perros lombardos a los que la iglesia no quiere recibir no pueden sufrirse más», y correrán en busca de nuestras arcas y tal vez no solamente nos roben los haberes sino que pueden quitarnos también la vida; por lo que de cualquiera guisa estamos mal si éste se muere.

Seor Ciappelletto, que, decimos, yacía allí cerca de donde éstos estaban hablando, teniendo el oído fino, como la mayoría de las veces pasa a los enfermos, oyó lo que estaban diciendo y los hizo llamar y les dijo:

-No quiero que temáis por mí ni tengáis miedo de recibir por mi causa algún daño; he oído lo que habéis estado hablando de mí y estoy certísimo de que sucedería como decís si así como pensáis anduvieran las cosas; pero andarán de otra manera. He hecho, viviendo, tantas injurias al Señor Dios que por hacerle una más a la hora de la muerte poco se dará. Y por ello, procurad hacer venir un fraile santo y valioso lo más que podáis, si hay alguno que lo sea, y dejadme hacer, que yo concertaré firmemente vuestros asuntos y los míos de tal manera que resulten bien y estéis contentos.

Los dos hermanos, aunque no sintieron por esto mucha esperanza, no dejaron de ir a un convento de frailes y pidieron que algún hombre santo y sabio escuchase la confesión de un lombardo que estaba enfermo en su casa; y les fue dado un fraile anciano de santa y de buena vida, y gran maestro de la Escritura y hombre muy venerable, a quien todos los ciudadanos tenían en grandísima y especial devoción, y lo llevaron con ellos. El cual, llegado a la cámara donde el seor Ciappelletto yacía, y sentándose a su lado, empezó primero a confortarle benignamente y le preguntó luego que cuánto tiempo hacía que no se había confesado. A lo que el seor Ciappelletto, que nunca se había confesado, respondió:

-Padre mío, mi costumbre es de confesarme todas las semanas al menos una vez; sin lo que son bastantes las que me confieso más; y la verdad es que, desde que he enfermado, que son casi ocho días, no me he confesado, tanto es el malestar que con la enfermedad he tenido.

Dijo entonces el fraile:

-Hijo mío, bien has hecho, y así debes hacer de ahora en adelante; y veo que si tan frecuentemente te confiesas, poco trabajo tendré en escucharte y preguntarte.

Dijo seor Ciappelletto:

-Señor fraile, no digáis eso; yo no me he confesado nunca tantas veces ni con tanta frecuencia que no quisiera hacer siempre confesión general de todos los pecados que pudiera recordar desde el día en que nací hasta el que me haya confesado; y por ello os ruego, mi buen padre, que me preguntéis tan menudamente de todas las cosas como si nunca me hubiera confesado, y no tengáis compasión porque esté enfermo, que más quiero disgustar a estas carnes mías que, excusándolas, hacer cosa que pudiese resultar en perdición de mi alma, que mi Salvador rescató con su preciosa sangre.

Estas palabras gustaron mucho al santo varón y le parecieron señal de una mente bien dispuesta; y luego que al seor Ciappelletto hubo alabado mucho esta práctica, empezó a preguntarle si había alguna vez pecado lujuriosamente con alguna mujer. A lo que seor Ciappelletto respondió suspirando:

-Padre, en esto me avergüenzo de decir la verdad temiendo pecar de vanagloria.

A lo que el santo fraile dijo:

-Dila con tranquilidad, que por decir la verdad ni en la confesión ni en otro caso nunca se ha pecado.

Dijo entonces seor Ciappelletto:

-Ya que lo queréis así, os lo diré: soy tan virgen como salí del cuerpo de mi madre.

-¡Oh, bendito seas de Dios! -dijo el fraile-, ¡qué bien has hecho! Y al hacerlo has tenido tanto más mérito cuando, si hubieras querido, tenías más libertad de hacer lo contrario que tenemos nosotros y todos los otros que están constreñidos por alguna regla.

Y luego de esto, le preguntó si había desagradado a Dios con el pecado de la gula. A lo que, suspirando mucho, seor Ciappelletto contestó que sí y muchas veces; porque, como fuese que él, además de los ayunos de la cuaresma que las personas devotas hacen durante el año, todas las semanas tuviera la costumbre de ayunar a pan y agua al menos tres días, se había bebido el agua con tanto deleite y tanto gusto y especialmente cuando había sufrido alguna fatiga por rezar o ir en peregrinación, como los grandes bebedores hacen con el vino. Y muchas veces había deseado comer aquellas ensaladas de hierbas que hacen las mujeres cuando van al campo, y algunas veces le había parecido mejor comer que le parecía que debiese parecerle a quien ayuna por devoción como él ayunaba. A lo que el fraile dijo:

-Hijo mío, estos pecados son naturales y son asaz leves, y por ello no quiero que te apesadumbres la conciencia más de lo necesario. A todos los hombres sucede que les parezca bueno comer después de largo ayuno, y, después del cansancio, beber.

-¡Oh! -dijo seor Ciappelletto-, padre mío, no me digáis esto por confortarme; bien sabéis que yo sé que las cosas que se hacen en servicio de Dios deben hacerse limpiamente y sin ninguna mancha en el ánimo: y quien lo hace de otra manera, peca.

El fraile, contentísimo, dijo:

-Y yo estoy contento de que así lo entiendas en tu ánimo, y mucho me place tu pura y buena conciencia. Pero dime, ¿has pecado de avaricia deseando más de lo conveniente y teniendo lo que no debieras tener?

A lo que seor Ciappelletto dijo:

-Padre mío, no querría que sospechaseis de mí porque estoy en casa de estos usureros: yo no tengo parte aquí sino que había venido con la intención de amonestarles y reprenderles y arrancarles a este abominable oficio; y creo que habría podido hacerlo si Dios no me hubiese visitado de esta manera. Pero debéis de saber que mi padre me dejó rico, y de sus haberes, cuando murió, di la mayor parte por Dios; y luego, por sustentar mi vida y poder ayudar a los pobres de Cristo, he hecho mis pequeños mercadeos y he deseado tener ganancias de ellos, y siempre con los pobres de Dios lo que he ganado lo he partido por medio, dedicando mi mitad a mis necesidades, dándole a ellos la otra mitad; y en ello me ha ayudado tan bien mi Creador que siempre de bien en mejor han ido mis negocios.

-Has hecho bien -dijo el fraile-, pero ¿con cuánta frecuencia te has dejado llevar por la ira?

-¡Oh! -dijo seor Ciappelletto-, eso os digo que muchas veces lo he hecho. ¿Y quién podría contenerse viendo todo el día a los hombres haciendo cosas sucias, no observar los mandamientos de Dios, no temer sus juicios? Han sido muchas veces al día las que he querido estar mejor muerto que vivo al ver a los jóvenes ir tras vanidades y oyéndolos jurar y perjurar, ir a las tabernas, no visitar las iglesias y seguir más las vías del mundo que las de Dios.

Dijo entonces el fraile:

-Hijo mío, ésta es una ira buena y yo en cuanto a mí no sabría imponerte por ella penitencia. Pero ¿por acaso no te habrá podido inducir la ira a cometer algún homicidio o a decir villanías de alguien o a hacer alguna otra injuria?

A lo que el seor Ciappelletto respondió:

-¡Ay de mí, señor!, vos que me parecéis hombre de Dios, ¿cómo decís estas palabras? Si yo hubiera podido tener aún un pequeño pensamiento de hacer alguna de estas cosas, ¿creéis que crea que Dios me hubiese sostenido tanto? Eso son cosas que hacen los asesinos y los criminales, de los que, siempre que alguno he visto, he dicho siempre: «Ve con Dios que te convierta».

Entonces dijo el fraile:

-Ahora dime, hijo mío, que bendito seas de Dios, ¿alguna vez has dicho algún falso testimonio contra alguien, o dicho mal de alguien o quitado a alguien cosas sin consentimiento de su dueño?

-Ya, señor, sí -repuso seor Ciappelletto- que he dicho mal de otro, porque tuve un vecino que con la mayor sinrazón del mundo no hacía más que golpear a su mujer tanto que una vez hablé mal de él a los parientes de la mujer, tan gran piedad sentí por aquella pobrecilla que él, cada vez que había bebido de más, zurraba como Dios os diga.

Dijo entonces el fraile:

-Ahora bien, tú me has dicho que has sido mercader: ¿has engañado alguna vez a alguien como hacen los mercaderes?

-Por mi fe -dijo seor Ciappelletto-, señor, sí, pero no sé quiénes eran: sino que habiéndome dado uno dineros que me debía por un paño que le había vendido, y yo puéstolos en un cofre sin contarlos, vine a ver después de un mes que eran cuatro reales más de lo que debía ser por lo que, no habiéndolo vuelto a ver y habiéndolos conservado un año para devolvérselos, los di por amor de Dios.

Dijo el fraile:

-Eso fue poca cosa e hiciste bien en hacer lo que hiciste.

Y después de esto preguntole el santo fraile sobre muchas otras cosas, sobre las cuales dio respuesta en la misma manera. Y queriendo él proceder ya a la absolución, dijo seor Ciappelletto:

-Señor mío, tengo todavía algún pecado que aún no os he dicho.

El fraile le preguntó cuál, y dijo:

-Me acuerdo que hice a mi criado, un sábado después de nona, barrer la casa y no tuve al santo día del domingo la reverencia que debía.

-¡Oh! -dijo el fraile-, hijo mío, ésa es cosa leve.

-No -dijo seor Ciappelletto-, no he dicho nada leve, que el domingo mucho hay que honrar porque en un día así resucitó de la muerte a la vida Nuestro Señor.

Dijo entonces el fraile:

-¿Alguna cosa más has hecho?

-Señor mío, sí -respondió seor Ciappelletto-, que yo, no dándome cuenta, escupí una vez en la iglesia de Dios.

El fraile se echó a reír, y dijo:

-Hijo mío, ésa no es cosa de preocupación: nosotros, que somos religiosos, todo el día escupimos en ella.

Dijo entonces seor Ciappelletto:

-Y hacéis gran villanía, porque nada conviene tener tan limpio como el santo templo, en el que se rinde sacrificio a Dios.

Y en breve, de tales hechos le dijo muchos, y por último empezó a suspirar y a llorar mucho, como quien lo sabía hacer demasiado bien cuando quería. Dijo el santo fraile:

-Hijo mío, ¿qué te pasa?

Repuso seor Ciappelletto:

-¡Ay de mí, señor! Que me ha quedado un pecado del que nunca me he confesado, tan grande vergüenza me da decirlo, y cada vez que lo recuerdo lloro como veis, y me parece muy cierto que Dios nunca tendrá misericordia de mí por este pecado.

Entonces el santo fraile dijo:

-¡Bah, hijo! ¿Qué estás diciendo? Si todos los pecados que han hecho todos los hombres del mundo, y que deban hacer todos los hombres mientras el mundo dure, fuesen todos en un hombre solo, y éste estuviese arrepentido y contrito como te veo, tanta es la benignidad y la misericordia de Dios que, confesándose éste, se los perdonaría liberalmente; así, dilo con confianza.

Dijo entonces seor Ciappelletto, todavía llorando mucho:

-¡Ay de mí, padre mío! El mío es demasiado grande pecado, y apenas puedo creer, si vuestras plegarias no me ayudan, que me pueda ser por Dios perdonado.

A lo que le dijo el fraile:

-Dilo con confianza, que yo te prometo pedir a Dios por ti.

Pero seor Ciappelletto lloraba y no lo decía y el fraile le animaba a decirlo. Pero luego de que seor Ciappelletto llorando un buen rato hubo tenido así suspenso al fraile, lanzó un gran suspiro y dijo:

-Padre mío, pues que me prometéis rogar a Dios por mí, os lo diré: sabed que, cuando era pequeñito, maldije una vez a mi madre.

Y dicho esto, empezó de nuevo a llorar fuertemente. Dijo el fraile:

-¡Ah, hijo mío! ¿Y eso te parece tan gran pecado? Oh, los hombres blasfemamos contra Dios todo el día y si Él perdona de buen grado a quien se arrepiente de haber blasfemado, ¿no crees que vaya a perdonarte esto? No llores, consuélate, que por seguro si hubieses sido uno de aquellos que le pusieron en la cruz, teniendo la contrición que te veo, te perdonaría Él.

Dijo entonces seor Ciappelletto:

-¡Ay de mí, padre mío! ¿Qué decís? La dulce madre mía que me llevó en su cuerpo nueve meses día y noche, y me llevó en brazos más de cien veces. ¡Mucho mal hice al maldecirla, y pecado muy grande es; y si no rogáis a Dios por mí, no me será perdonado!

Viendo el fraile que nada le quedaba por decir al seor Ciappelletto, le dio la absolución y su bendición teniéndolo por hombre santísimo, como quien totalmente creía ser cierto lo que seor Ciappelletto había dicho: ¿y quién no lo hubiera creído viendo a un hombre en peligro de muerte confesándose decir tales cosas? Y después, luego de todo esto, le dijo:

-Señor Ciappelletto, con la ayuda de Dios estaréis pronto sano; pero si sucediese que Dios a vuestra bendita y bien dispuesta alma llamase a sí, ¿os placería que vuestro cuerpo fuese sepultado en nuestro convento?

A lo que seor Ciappelletto repuso:

-Señor, sí, que no querría estar en otro sitio, puesto que vos me habéis prometido rogar a Dios por mí, además de que yo he tenido siempre una especial devoción por vuestra orden; y por ello os ruego que, en cuanto estéis en vuestro convento, haced que venga a mí aquel veracísimo cuerpo de Cristo que vos por la mañana consagráis en el altar, porque aunque no sea digno, entiendo comulgarlo con vuestra licencia, y después la santa y última unción para que, si he vivido como pecador, al menos muera como cristiano.

El santo hombre dijo que mucho le agradaba y él decía bien, y que haría que de inmediato le fuese llevado; y así fue.

Los dos hermanos, que temían mucho que seor Ciappelletto les engañase, se habían puesto junto a un tabique que dividía la alcoba donde seor Ciappelletto yacía de otra y, escuchando, fácilmente oían y entendían lo que seor Ciappelletto al fraile decía; y sentían algunas veces tales ganas de reír, al oír las cosas que le confesaba haber hecho, que casi estallaban, y se decían uno al otro: ¿qué hombre es éste, al que ni vejez ni enfermedad ni temor de la muerte a que se ve tan vecino, ni aún de Dios, ante cuyo juicio espera tener que estar de aquí a poco, han podido apartarle de su maldad, ni hacer que quiera dejar de morir como ha vivido? Pero viendo que había dicho que sí, que recibiría la sepultura en la iglesia, de nada de lo otro se preocuparon. Seor Ciappelletto comulgó poco después y, empeorando sin remedio, recibió la última unción; y poco después del crepúsculo, el mismo día que había hecho su buena confesión, murió. Por lo que los dos hermanos, disponiendo de lo que era de él para que fuese honradamente sepultado y mandándolo decir al convento, y que viniesen por la noche a velarle según era costumbre y por la mañana a por el cuerpo, dispusieron todas las cosas oportunas para el caso. El santo fraile que lo había confesado, al oír que había finado, fue a buscar al prior del convento, y habiendo hecho tocar a capítulo, a los frailes reunidos mostró que seor Ciappelletto había sido un hombre santo según él lo había podido entender de su confesión; y esperando que por él el Señor Dios mostrase muchos milagros, les persuadió a que con grandísima reverencia y devoción recibiesen aquel cuerpo. Con las cuales cosas el prior y los frailes, crédulos, estuvieron de acuerdo: y por la noche, yendo todos allí donde yacía el cuerpo de seor Ciappelletto, le hicieron una grande y solemne vigilia, y por la mañana, vestidos todos con albas y capas pluviales, con los libros en la mano y las cruces delante, cantando, fueron a por este cuerpo y con grandísima fiesta y solemnidad se lo llevaron a su iglesia, siguiéndoles el pueblo todo de la ciudad, hombres y mujeres; y, habiéndolo puesto en la iglesia, subiendo al púlpito, el santo fraile que lo había confesado empezó sobre él y su vida, sobre sus ayunos, su virginidad, su simplicidad e inocencia y santidad, a predicar maravillosas cosas, entre otras contando lo que seor Ciappelletto como su mayor pecado, llorando, le había confesado, y cómo él apenas le había podido meter en la cabeza que Dios quisiera perdonárselo, tras de lo que se volvió a reprender al pueblo que le escuchaba, diciendo:

-Y vosotros, malditos de Dios, por cualquier brizna de paja en que tropezáis, blasfemáis de Dios y de su Madre y de toda la corte celestial.

Y además de éstas, muchas otras cosas dijo sobre su lealtad y su pureza, y, en breve, con sus palabras, a las que la gente de la comarca daba completa fe, hasta tal punto lo metió en la cabeza y en la devoción de todos los que allí estaban que, después de terminado el oficio, entre los mayores apretujones del mundo todos fueron a besarle los pies y las manos, y le desgarraron todos los paños que llevaba encima, teniéndose por bienaventurado quien al menos un poco de ellos pudiera tener: y convino que todo el día fuese conservado así, para que por todos pudiese ser visto y visitado. Luego, la noche siguiente, en una urna de mármol fue honrosamente sepultado en una capilla, y enseguida al día siguiente empezaron las gentes a ir allí y a encender candelas y a venerarlo, y seguidamente a hacer promesas y a colgar exvotos de cera según la promesa hecha. Y tanto creció la fama de su santidad y la devoción en que se le tenía que no había nadie que estuviera en alguna adversidad que hiciese promesas a otro santo que a él, y lo llamaron y lo llaman San Ciappelletto, y afirman que Dios ha mostrado muchos milagros por él y los muestra todavía a quien devotamente se lo implora. Así pues, vivió y murió el seor Cepparello de Prato y llegó a ser santo, como habéis oído; y no quiero negar que sea posible que sea un bienaventurado en la presencia de Dios porque, aunque su vida fue criminal y malvada, pudo en su último extremo haber hecho un acto de contrición de manera que Dios tuviera misericordia de él y lo recibiese en su reino; pero como esto es cosa oculta, razono sobre lo que es aparente y digo que más debe encontrarse condenado entre las manos del diablo que en el paraíso. Y si así es, grandísima hemos de reconocer que es la benignidad de Dios para con nosotros, que no mira nuestro error sino la pureza de la fe, y al tomar nosotros de mediador a un enemigo suyo, creyéndolo amigo, nos escucha, como si a alguien verdaderamente santo recurriésemos como a mediador de su gracia. Y por ello, para que por su gracia en la adversidad presente y en esta compañía tan alegre seamos conservados sanos y salvos, alabando su nombre en el que la hemos comenzado, teniéndole reverencia, a él acudiremos en nuestras necesidades, segurísimos de ser escuchados.

Y aquí, calló.

Dante Alighieri


Como bien dicen en el Club Dante..."Entre Shakespeare y Dante se divide el Mundo"...No por nada Dante Alighieri es por lejos mi autor favorito...y la Divina Comedia mi libro favorito!...aka les va algo de su vida:

Poeta italiano (Florencia 1265 - Ravena 1321). Hijo de Alighiero de Bellincione y de una dama llamada Bella, pertenecía a una familia de la burguesía güelfa, pese a lo cual el poeta se vanagloriaba de su origen noble, y en el Paraíso (cantos XV y XVI) evocó la figura de su antepasado Cacciaguida, que fue armado caballero por el emperador Conrado III de Suabia.

De su niñez y adolescencia se sabe muy poco. Antes de 1278 su madre había muerto; mientras, estudiaba en su ciudad natal, y con toda certeza, fue discípulo del famoso Brunetto Latini, que aparece en el Infierno (canto XV); entre sus amigos íntimos figuraba el futuro gran poeta Cavalcanti. Según afirma en la Vida nueva, a los nueve años (1274) vio por primera vez a Beatriz,un año menor que él, y al volverla a ver al cabo de nueve años concibió por ella un amor platónico que expresó en la Vida nueva (Vita nuova), especie de diario íntimo en verso y prosa, cuya redacción debió de terminarse hacia 1294. Beatriz desempeña un papel clave en la DivinaComedia como personaje encargado de guiar a Dante durante la segunda etapa de su viaje. Durante estos años alternó el estudio (en la universidad de Bolonia) con una vida al parecer un tanto disipada; en 1289 combatió valientemente en la batalla de Campaldino, y en 1290 es la presunta fecha de la muerte de Beatriz. Un año más tarde, contrajo matrimonio con Gemma di Manetto Donati, de la que tuvo cuatro hijos. A partir de 1295 empezó a tomar parte en la vida pública de Florencia: miembro del consejo especial del pueblo (1295-1296) y, posteriormente del consejo que elegía los priores, de 1296 a 1297 fue miembro del Consejo de los Ciento. En 1300 fue designado como embajador en San Gimignano para organizar la lucha de los güelfos de la Toscana contra las intrigas del papa Bonifacio VIII, y, en octubre de 1301, marchó a Roma para ofrecer la paz al pontífice; éste le retuvo junto a sí hasta que, a finales de año, el papa, aliado con Carlos de Valois, conseguía hacer triunfar en Florencia a los güelfos del partido "negro"; los güelfos "blancos" (moderados), a cuyo partido pertenecía Dante, fueron desterrados, y el 27 de enero de 1302 se condenaba al poeta a multa, expropiación y exilio; una segunda sentencia (10 de marzo) le condenaba a ser quemado vivo caso de encontrársele en Florencia.

En 1302 y 1303, Dante participó en las tentativas de los "blancos" desterrados, que intentaban volver al poder por la fuerza, y se reunió con ellos en Forlì, pero, decepcionado por el egoísmo y el odio partidista de los demás proscritos, que parecían olvidar que, a pesar de todo, Florencia seguía siendo su patria, se apartó de ellos y comenzó así su vida errante. Visitó primero Verona, donde fue huésped de la noble familia de los Escalígero; luego, Padua y Rímini; de 1306 a 1309 recorrió Italia septentrional. En 1310, la proyectada invasión de Italia por Enrique VII de Luxemburgo colmó de júbilo al poeta, que esperaba así ver realizado su sueño de un imperio romano universal; pero la muerte de Enrique VII frustró sus esperanzas (1313), y se vio obligado a reemprender su vida errante. Exceptuado de la amnistía de 1311, y condenado de nuevo por rebelde en 1315, ya no volvió a Florencia. Tras su paso por Lucca y Verona, fue generosamente acogido en Ravena por Guido Novello de Polenta, y en esta ciudad murió el 14 de septiembre de 1321, al regreso de una embajada en Venecia.

Obras

Su obra en lengua latina está compuesta de los siguientes libros:

  • De vulgari elocuentia, opúsculo inacabado, escrito entre 1304 y 1307, en el que se analiza el mosaico de dialectos que en esta época se hablaban en Italia, con objeto de obtener una lengua común, más apta para la expresión literaria, que pudiese rivalizar dignamente con el latín.
  • La Monarchia, entre 1310 y 1314, tratado político que refleja la crisis ideológica del poeta, que de güelfo blanco o moderado había pasado a ardiente partidario del gibelinismo: la salvación de Italia consistiría en la constitución de un imperio independiente de la autoridad papal.
  • Las dos Églogas (Eglogae), compuestas en Ravena en 1319 ó 1320, de imitación virgiliana, y dirigidas al latinista boloñés Giovanni del Virgilio, quien le había invitado a abandonar la lengua vulgar por el latín.
  • La disputa sobre el agua y la tierra (Questio de aqua et terra), tratado de física, compuesto en Verona y de cuya autenticidad se dudó hasta 1907.
  • Las trece Espístolas (Epistolae) que se conservan son sólo una reducida parte de las que se sabe que llegó a escribir; dos de ellas fueron escritas en representación de los desterrados de Florencia, pero las más importantes son las ocho que escribió en nombre propio; entre éstas destacan la escrita en septiembre de 1310, exultando de júbilo por el anuncio de la llegada de Enrique de Luxemburgo, la de 1315, en que renuncia a aceptar la amnistía que le ofrecía Florencia, y, sobre todo, la dirigida a su antiguo protector Can Grande della Scala (considerada apócrifa hasta 1920), en que el poeta hace una serie de comentarios sobre la Comedia.
Sus obras conservadas en lengua italiana son:
  • El banquete, tratado filosófico, escrito hacia 1307, que consiste en una serie de glosas a diversas composiciones poéticas.
  • Las Rimas o Cancionero es una recopilación de la obra poética de Dante, hecha después de su muerte; sus títulos son, pues, meramente convencionales. Una serie de estos poemas son de una atribución dudosa, y su datación es extremadamente incierta; hay que destacar las llamadas Rime Petrose, inspiradas por una dama a la que llama Pietra, nombre simbólico que alude a que se mostró con él "dura como la piedra"; entre las restantes composiciones de las Rimas figuran ocho poemas del destierro, siete poemas alegóricos y doctrinales, diez composiciones de amor y de correspondencia poética y veinticinco poemas contemporáneos de la Vida nueva; uno de estos, el soneto dirigido a Cavalcanti, Guido, quisiera que tú y Lappo y yo... ha alcanzado un justo renombre y figura prácticamente en todas las antologías.
  • La Vida nueva, máxima expresión del sentido poético de dolce stil novo, ha dado una gran celebridad a su autor.
  • La Divina Comedia. Toda la producción dantesca queda eclipsada por este gran poema. Síntesis grandiosa, a un tiempo apasionadísima y equilibrada, del cristianismo y de la cultura clásica, de la teología, la poesía y la política, del realismo más terreno y de la espiritualidad más elevada, la Comedia aparece como un intento de una magnitud abrumadora, al servicio del cual se ponen unas excepcionales dotes políticas.
Graziaz a: http://www.geocities.com/Paris/Cafe/2928/dante.html

Ahora que ya zabemoz un poco de Dante...aca les va el III Canto del Infierno, que contiene la inscripción de la puerta del infierno...una de las mejores partes :)

CANTO III


«Por mi se va a la ciudad doliente,
por mi se ingresa en el dolor eterno,
por mi se va con la perdida gente.
La justicia movió a mi alto hacedor:
Hízome la divina potestad,
la suma sabiduría y el primer amor.
Antes de mí ninguna cosa fue creada
sólo las eternas, y yo eternamente duro:
¡Perded toda esperanza los que entráis!»

Estas palabras de oscuro tono
vi escritas en el dintel de una puerta:
Y dije: Maestro, me es duro el sentido.
Y él a mí, como persona atenta:
Es necesario aquí dejar todo recelo;
toda cobardía es necesario que aquí muera.
Hemos venido al lugar donde te dije
habías de ver la gente adolorida,
las que han perdido el bien del intelecto.

Después su mano en la mía puso
con rostro sonriente me reanimó,
y me introdujo adentro a las secretas cosas.

Allí suspiros, llantos y grandes males
resonaban en el aire sin estrellas,
que me hicieron llorar no bien entré.
Lenguas diversas, horribles lenguarajos,
palabras de dolor, acentos de ira,
altivas y roncas voces, con puñadas,
tumultuaban todas rondando
siempre en aquel astuto aire sin tiempo,
como la arena que el torbellino aspira.

Y yo con el horror ciñéndome la frente
dije: Maestro, ¿Qué es lo que oigo?
¿Y cuál es esta gente tan por el dolor vencida?
Y él a mí: Esta suerte miserable
es de las tristes almas de aquellos
que vivieron sin infamia y sin honor.
Mezcladas están con aquel malvado coro
de los Angeles que ni rebeldes fueron
a Dios, ni fieles, sino sólo para sí fueron.

Los echa el Cielo por no ser menos hermoso:
y el profundo infierno no los recibe
porque sus reos alguna gloria lograrían de ellos.

Y yo: Maestro, ¿Qué les es tan pesado
qué los hace lamentar tan fuertemente?
Repuso: Te lo diré brevemente:
Estos no esperan morir,
y es tan villana su ciega vida
que envidiosos están de cualquier otra suerte.
De ellos no queda fama en el mundo,
misericordia y justicia los desdeñan:
no tratemos ya de ellos, mas mira y pasa.

Y observando vi una insignia
que sin descanso rondaba velozmente
incapaz al parecer de detenerse:
y detrás la seguía una multitud
de gentes de la que nunca yo creyera
que tantas hubiera deshecho la muerte.
Después de haber reconocido a algunos
me fijé más y conocí la sombra de aquel
que miserable hizo la gran renuncia.

De pronto comprendí y certeza tuve
de que esta era la turba de los cautivos
que desagradan a Dios y a sus enemigos.
Los desgraciados, que nunca fueron vivos,
estaban desnudos y molestados mucho
por moscones y avispas que allí había.
Sangre les regaba el rostro
matizada de lágrimas, que a sus pies
fastidiosas lombrices recogían.

Y después que me di a mirar más lejos,
vi gente en la ribera de un gran río:
Por lo que dije: Concédeme ahora, Maestro,
que sepa quienes son, y porqué ley
están forzados a transbordar tan presto,
a lo que en la turbia luz puedo ver.
Y él a mí: Las cosas te serán contadas
al detener nuestros pasos
en la triste ribera del Aqueronte.

Entonces bajé avergonzados los ojos,
temiendo a mi charla por gravosa,
y hasta llegado al río hablar no quise.
Y entonces fue cuando a nosotros vi venir
en barco un blanco viejo por antiguo pelo
gritando: ¡Ay de vosotras, almas perversas!
¡No esperéis ya más de ver el Cielo!
Aquí vengo a llevaros a la otra orilla
a las tinieblas eternas, al calor y al hielo.
Y tú que estás allí, ánima viva,
aléjate de estos que están muertos.
Mas luego que vio que yo no me partía
dijo: Por otros puertos, por otra vía
llegarás a la playa para el paso, no por aquí:
Conviene que más leve leño te lleve.

Y el Conductor a él: Carón, no te atormentes,
quiérese así allá, donde se puede todo
lo que se quiere, y no preguntes más.
Entonces las velludas mejillas se aquietaron
del barquero del lívido pantano
de circundados ojos de círculos de fuego.

Mas aquellas infelices almas desnudas
cambiaron de color y rompieron a crujir los dientes
al punto de escuchar las palabras rudas.
Blasfemaban de Dios y de sus padres,
de la humana especie, del donde y el cuando y de la semilla
de su simiente y de su nacimiento.

Después todas cuantas eran se retiraron juntas
fuertemente llorando, hacia la malvada orilla
que aguarda a todo aquel que a Dios no teme.

Carón, demonio, con ojos de ascuas
a ellos señalando a todos recoge;
asestando con el remo a quien se atarda.

Como arrastra el otoño las hojas
una tras otra, hasta que la rama
devuelve a la tierra todos sus despojos,
de igual forma el simiente malo de Adán:
arrójanse de aquel borde una por una
a la señal, como acude el pájaro al reclamo.

Aléjanse entonces por las obscuras ondas
y antes que hayan descendido allá
ya se apretujan aquí nuevas legiones.

Hijo mío, dijo el gentil Maestro,
los que mueren en la ira de Dios
de todo país todos aquí vienen.

Y ansían cruzar el río
porque tanto los acucia la justicia divina
que se les torna el temor deseo.

Por aquí no pasa nunca un alma buena;
y por eso, si de ti Carón se queja,
bien comprenderás lo que su decir quiere.

En ese entonces, el oscuro campo
tembló tan fuertemente, que del espanto
el recuerdo de sudor me baña todavía.

La tierra lacrimosa lanzó un viento
que centelló en relámpagos bermejos,
derrotando todos mis sentidos,
y caí como aquel que cae dormido.


Vaya...Dante Alighieri...uno de los mejores...sin duda...:)

jueves, 1 de mayo de 2008

"El Alfiler" Ventura García Calderon

Hoy escogí un cuento de Ventura García Calderon porque la verdad...amo esos cuentos...su estetica es muy buena...y perturbadora...weno...ahi les va:

El Alfiler

La bestia cayó de bruces, rezumando de dolor y sangre, mientras el jinete, en un santiamén, saltaba a tierra al pie de la escalera monumental de la hacienda de Ticabamba. Por el obeso balcón de cedro asomó la cabeza fosca del hacendado, don Timoteo Mondaraz, interpelando al recién venido, que temblaba.

Era burlona la voz de sochantre del viejo tremendo:

-¿Qué te pasa, Borradito? Te estan repiquetenado las choquezuelas...Si no nos comemos aquí a la gente. Habla nomas...

El Borradito, llamado así en el valle por su rostro picado de viruelas, asió con desesperada mano el sombrero de jipijapa y quiso explicar tantas cosas a la vez-la desgracia súbita, su galope nocturno de veinte leguas, la orden de llegar en pocas horas aunque reventara la bestia en el camino-, que enmudecio por un minuto. De repente, sin respirar, exhaleo su ingenua retahila:

-Pues le diré a mi amito, que me dijo el niño Conrado que le dijera que anoche mismito agarró y se murió la niña Grimanesa.

Si don Timoteo no sacó el revolver, como siempre que se hallaba conmovido, fue, sin duda, por mandato especial de la Providencia, pero estrujó el brazo del criado, queriendo extirparle mil detalles.

-¿Anoche?... ¿Está muerta?...¿Grimanesa?...

Algo advirtió quizá en las oscuras explicaciones del Borradito, pues sin decir palabras, rogando que no despertaran a su hija, "la niña Ana María", bajó él mismo a ensillar su mejor "caballo de paso". Momentos después galopaba a la hacienda de su yerno Conrado Basadre, que el año último casara con Grimanesa, la linda y pálida amazona, el mejor partido de todo el valle. Fueron aquellos desposorios una fiesta sin par, con sus fuegos de bengala, sus indias danzantes de camisón morado, sus indias que todavia lloran la muerte de los Incas, ocurrida en siglos remotos, pero revivisciente en la endecha de la raza humillada, como los cantos de Sión en la terquedad sublime de la Biblia. Luego, por los mejores caminos de sementeras, había divagado la procesión de santos antiquísimos que ostentaban en el ruedo de velludo camesí cabezas disecadas de salvajes. Y el matrimonio tan feliz de una linda moza con el simpático y arrogante Conrado Basadre terminaba así... ¡Badajo!...

Hincando las espuelas nazarenas, don Timoteo pensaba, aterrado, en aquel festejo trágico. Quería llegar en cuatro horas a Sincavilca, el antiguo feudo de los Basadres.
En la tarde ya vencida se escuchó otro galope resonante y premioso sobre los cantos rodados de la montaña. Por prudencia, el anciano disparó al aire gritando:

-¿Quién vive?

Refreno su carrera el jinete próximo, y con voz que disimulaba mal su angustia, gritó a su vez:

-¡Amigo! Soy yo, ¿No me conoce?, el administrados de Sincavilca. Voy a buscar cura para el entierro. Estaba tan turbado el hacendado, que no preguntó por qué corría tanta prisa el llamar al cura si Grimanesa estaba muerte y por qué razón no se hallaba en la hacienda al capellán. Dijo adiós con la mano y estimuló a su cabalgadura, que arrancó a galopar con el flanco lleno de sangre.

Desde el inmenso portalón que clausuraba el patio de la hacienda, aquel silencio acongojaba. Hasta los perros, enmudecidos, olfateaban la muerte. En la casa colonial, las grandes puertas claveteadas de plata ostentaban ya crespones en forma de cruz. Don Timoteo atravesó los grandes salones desiertos, sin quitarse las espuelas nazarenas, hasta llegar a la alcoba de la muerta, en donde sollozaba Conrado Basadre. Con voz empañada por el llanto, rogó el viejo a su yerno que lo dejara solo un momento. Y cuando hubo cerrado la puerta con sus manos, rugió su dolor durante horas, insultando a los santos, llamando a Grimanesa por su nombre, besando la mano inanimada, que volvia a caer sobre las sábanas, entre jazmines del Cabo y alhelíes. Seria y ceñuda por primera vez, reposaba Grimanesa como una santa, con las trenzas ocultas en la corneta de las carmelitas y el lindo talle prisionero en el hábito, según la costumbre religiosa en el vall, para santificar a las lindas muertas. Sobre su pecho colocaron un bárbaro crucifijo de plata que había servido a un abuelo suyo para trucidar rebeldes en una antigua sublevacion de los indios.

Al Besar don Timoteo la santa imagen quedo entreabierto el hábito de la muerta, y algo advirtió, aterrado, pues se le secaron las lágrimas de repente y se alejo del cadáver como enloquecido, con repulsión extraña. Entonces miró a todos lados, escondió un objeto en el poncho y, sin despedirse de nadie, volvió a montar, regresando a Ticabamba en la noche cerrada.

Durante siete meses nadie fue de una hacienda a otra ni pudo explicarse este silencio. ¡Ni siquiera había asistido al entierro! Don Timoteo vivía enclaustrado en su alcoba, olorosa a estoraque, sin hablar días enteros, sordo a las súplicas de Ana María, tan hermosa como su hermana Grimanesa, que vivía adorando y temiendo al padre terco. Nunca pudo saber la causa del extraño desvío ni por qué no venía Conrado Basadre.

Pero un domingo claro de junio se levanto don Timoteo de buen humor, y propuso a Ana María que fueran juntos a Sincavilca después de misa. Era tan inesperada aquella resolución, que la chiquilla transitó por la casa durante la mañana entera como enanejada, probandose al espejo las largas faldas de amazona y el sombrero de jipijapa, que fue preciso fijar en las oleosas crenchas con un largo estilete de oro.

Cuando el padre la vio así, dijo, turbado, mirando el alfiler;

-Vas a quitarte ese adefesio...

Ana María obedeció suspirando, resuelta, como siempre, a no adivinar el misterio de aquel padre violento.

Cuando llegaron a Sincavilca, Conrado estaba domando un potro nuevo, con la cabeza descubierto a todo sol, hermoso y arrogante en la silla negra con clavos y remaches de plata. Desmontó de un salto, y al ver a Ana María, tan parecida a su hermana, en gracia zalamera, la estuvo mirando largo rato, embebecido.

Nadie habló de la desgracia ocurrida ni mentó a Grimanesa; pero Conrado cortó sus espléndidas y carnales jazmines del Cabo para obsequiarlos a Ana María. Ni siquiera fueron a visitar la tumba de la muerta, y hubo un silencio enojoso cuando la nodriza vieja vino a abrazar a la "niña", llorando.

-¡Jesús, María y José! ¡Tan linda como mi amita! ¡Un capulí!

Desde entonces, cada domingo se repetía la visita a Sincavilca. Conrado y Ana María pasaban el día mirandose en los ojos y oprimiéndose dulcemente las manos cunado el viejo volvía el rostro para contemplar un nuevo corte de caña madura. Y un lunes de fiesta, después del domingo encendido en que se besaron por primera vez, llego Conrado a Ticabamba, ostentando la elegancia vistosa de los días de feria, tericado el poncho violeta sobre el pellón de carnero, bien peinada y luciente la crin de su caballo, que "braceaba" con escorzo elegante y clavaba el espuemeante belfo en el pecho, como los palafrenes de los libertadores.

Con la solemnidad de las grandes horas, preguntó por el hacendado, y no le llamó, con el respeto de siempre, "don Timoteo", sino que murmuró, como en el tiempo antiguo, cuando era novio de Grimanesa:

-Quiero hablarle, mi padre.

Se encerraron en el salón colonial, donde estaba todavía el retrato de la hija muerta. El viejo, silencioso, esperó que Conrado, turbadísimo, le fuera explicando, con indecisa y vergonzante voz, su deseo de casarse con Ana María. Medió una pausa tan larga. que don Timoteo, con los ojos entrecerrados, parecía dormir.

De súbito, ágilmente, como si los años no pasaran en aquella férrea constitución de hacendado peruano, fue a abrir una caja de hierro, de antiguo estilo y complicada llavería, que era menester solicitar con mil ardides y un "santo y seña" escrito en un candado. Entonces, siempre silencioso, cogió un alfiler de oro. Era uno de esos tupos que cierran el manto de las indias y terminan en hoja de coca, pero más largo, agudísimo y manchado de sangre negra.

Al verlo, Conrado cayó de rodillas. Gimoteando como un reo, confesó:

-¡Grimanesa, mi pobre Grimanesa!

Más el viejo advirtió, con un violento ademán, que no era el momento de llorar. Disimulando con un esfuerzo sobrehumano su turbación, murmuró en voz tan sorda que no se comprendía apenas:

-Sí, se lo saqué yo del pecho cuando estaba muerta...Tú le habías clavado este alfiler en el corazón...¿no es cierto? Ella te faltó, quizá...
-Sí, mi padre.
-¿Se arrepintió al morir?
-Sí, mi padre.
-¿Nadie lo sabe?
-No, mi padre.
-¿Por qué no lo mataste a él también?
-¡Huyó como un cobarde!
-¿Juras matarlo si regresa?
-¡Sí, mi padre!

El viejo carraspeó sonoramente, estrujo la mano a Conrado, y dijo, ya sin aliento:

-¡Si esta también te engaña, haz lo mismo!...¡Toma!...

Entrego el alfiler de oro, solemnemente, como otorgaban los abuelos la espada al nuevo caballero, y con brutal repulsa, apretándose el corazón desfalleciente, indico al yerno que se marchara enseguida, porque no era bueno que alguien viera sollozar al tremendo y justiciero don Timoteo Mondaraz.

Me encanta...ojala a uds tmb...weno...io m voy...azta pronto!

Bienvenidos!

Hola a todos...weno este blog...es de lo que se me ocurra poner...es mio pues!!!...soy Mary, estudiante de Arqueología de la UNMSM! :) Pondre lo que se me ocurra...cuentos de escritores peruanos y extranjeros...notas...biografias...musica(no mucho). En especial en cuanto a musica me encanta el rock de los 80...rock europeo...un poco de salsa...y no muxo el reggeaton...pero soy paciente...En cuanto a literatura...pues me gusta lo que son cuentos de misterios...obras medievales...en realidad de todo...solo que sean buenas obras...:).Poner los autores que me gustan...pues seria algo larguisimo...poco a poco pondre pasajes de obras o cuentos. En cuanto a la TV...m gusta CSI(los 3)...o AI :S xD! ER, Scrubs, Two and a half men...de ese tipo.

Esto es todo x aora...Hasta otra oportunidad...bye :)! xD!